Carta – Sobre Edith Stein, el feminismo y la complementación
Querido amigo
Un amigo muy querido me compartió un artículo sobre Edith Stein y su feminismo, el cual me suscitó muchas ideas que le compartí en una carta, y que comparto también con ustedes a continuación:
El artículo me pareció increíblemente pertinente para los tiempos que vivimos. Además, es un tema del que, si bien no soy acérrima, suelo opinar y tenerlo muy presente. A Stein solo la conocía de nombre, tristemente no he profundizado en su filosofía, que me parece innovadora para sus tiempos, según pude notar del artículo. Veo que concilia conceptos que generalmente eran (y son) contrapuestos. Sobre ello, tengo varias ideas que comparto y otras que las veo desde un ángulo distinto:
Sobre las mujeres y las labores
En primer lugar, me llamó la atención su posición respecto de los trabajos como aptos para ambos sexos, sin distinción. En este respecto, difiero. Remitiéndome a la realidad, hay trabajos específicos que la naturaleza femenina no puede llevar a cabo; trabajos físicos, específicamente.
Cuando toco ese tema, siempre recuerdo un ejemplo bastante incuestionable que vi en redes, donde mostraban por qué las mujeres no pueden participar en todas las áreas laborales de los hombres; existe una labor en las plantas petroleras donde hombres extremadamente fuertes tienen que encarrilar cadenas de las propias plantas. Eso a un ritmo muy rápido y específico que, de no hacerlo bien, pueden perder extremidades. Así de peligroso es. Es un trabajo que, creo yo, y me tomo la libertad de hacer una generalización, ninguna mujer puede hacer.
Más allá de la posibilidad de que las mujeres puedan asumir la mayoría de los puestos que ocupan los hombres en el mundo laboral, estadísticamente las mujeres tienden hacia labores más humanísticas, que son compatibles con la naturaleza femenina. No digo que una mujer no pueda ser ingeniero, porque, así como bien dijo Stein, las mujeres pueden desempeñar su trabajo con feminidad.
Sobre los roles
Lo anterior lo menciono porque creo en la existencia de roles, tanto en la familia como en la sociedad, esto último incluyendo el área laboral. Así como sostuvo Edith Stein, considero que las mujeres tienen una llamada que atender en cuanto a su naturaleza; naturaleza que necesariamente complementa al hombre, costilla de él. Esto último no quiere decir que el protagonista sea el hombre, y la mujer un mero complemento. Cada quién tiene su rol estelar a su propia forma y manera.
Opino que la feminidad es una cualidad que no se debe separar de la mujer, pues brinda al mundo una belleza que solo las mujeres pueden dar. Es lamentable que en la actualidad se trate de erradicar esta característica inherente a las mujeres, intentando más bien que se apropien de cualidades propias de los hombres. Algo antinatural.
La psicología de Jung aplicada al tema
En el ámbito de la psicología, he seguido últimamente la rama de Carl G. Jung (pueden leer un poco sobre él en mi artículo «Explorando las profundidades de la psique junto a Jung«). En su teoría existen distintos conceptos y arquetipos que pretenden ilustrar la naturaleza y comportamiento de los individuos; el concepto de ánima representa lo femenino en el hombre; se relaciona con el eros. Abarca todo lo que naturalmente se espera de una mujer: la emocionalidad, lo artístico, lo intuitivo, lo sensual, la naturaleza (desde la Madre Naturaleza) y también el aspecto espiritual. De este concepto se desprende el arquetipo femenino más común: la madre. Representa el dar a luz, la crianza (me parece que es más completo el término en inglés nurturing), el amor, el cuidado; lo mencionado se suele ilustrar en la psicología jungiana con los símbolos de la Virgen María o el de la Madre Naturaleza.
Los arquetipos tienen dos caras, una positiva y otra negativa. Esto quiere decir que la cara positiva se manifiesta cuando se lleva a la luz el arquetipo, integrándolo correctamente con la consciencia; y la cara negativa, que se manifiesta en la sombra. Es decir, no hay un reconocimiento de esas características arquetípicas en el Yo (parte consciente y racional de la personalidad), no hay una individuación (integración de la sombra con el consciente). Al no integrar una sombra, se implementan negativamente las cualidades del arquetipo.
En el arquetipo de la madre existe una manifestación desde la sombra, por ejemplo, llamada la madre devoradora, que priva a su hijo de evolucionar desde un niño a una persona madura, un adulto. Es una madre que “ama” a su hijo desde el egoísmo y no de una manera desinteresada (apartada del ego). Todos los aspectos del arquetipo de la madre afectan cómo el hombre se relaciona con otras mujeres y su entorno, desde la empatía y el amor (idealmente); esa relación del hombre se edifica a raíz del vínculo con su propia madre (y otras mujeres importantes en la vida del hombre). He ahí la importancia vital del rol que tienen las mujeres en este mundo y su responsabilidad para con la humanidad.
De desempeñar ese rol con desidia, o, mejor dicho, de desaprovechar el don de la feminidad y la maternidad, se corre el riesgo de que suceda lo que el artículo menciona: “(…) without women, men would become dull, cruel, and inhuman—alienated from what is most fundamental to their own nature, more beast than man”. El hombre se arriesga a sufrir una desintegración psíquica, que es exactamente lo opuesto a por lo que aboga Jung (la integración de la sombra con el consciente), lo que produce que se vuelva voluble, vano, irritable, con resentimientos y sin dominio de su alma. Producto de ello, puede suceder lo que señala Doherty, el autor del texto: los hombres dominarían a las mujeres.
Por otro lado, está el ánimus que, al contrario del ánima, representa lo masculino en lo femenino y está vinculado con el logos. Esto es lo que más se relaciona con el tema del artículo. Naturalmente y en contraposición al ánima, el ánimus se construye con base en el lazo entre padre e hija y otros hombres representativos en la vida de la mujer. Este concepto se manifiesta a través de diversos arquetipos, pero uno de los más conocidos es El Héroe. Representa la fortaleza, la temeridad, la sed de aventura. En la mujer, se expresa como el ímpetu de perseguir sus metas y aspiraciones, de buscar desafíos.
Este arquetipo como sombra (entre otros como El Guerrero y El Amante) es lo que yo veo como un mal generalizado en la sociedad occidental, el desborde -intencional- del ánimus en las mujeres. El llamado a despojarse de las cualidades femeninas y exacerbar las masculinas, abanderándolas. La sombra de El Héroe puede producir un ego inestable, agrandado y frágil, centrado en sí; fomenta la avaricia en gran medida. Así como precisamente dice el artículo: “Without men, women might become superficial and unobjective”. Es un arquetipo en sombra que, a mi parecer, predomina en este mal al que me refiero.
Son aspectos que, en cualquier ser humano, hombre o mujer, son reprochables, pero son más aberrantes (en el sentido natural de la palabra) en las mujeres. Esta alienación de lo que a cada sexo le es inherente, altera el orden natural, según creo, y de ahí se desprenden muchos problemas actuales relevantes, como lo son la destrucción de la familia como institución sagrada y primordial de la sociedad, el hostigamiento y denigración del acto de ser padre (o madre), el desequilibrio emocional y en las cargas en las familias, y la confusión generalizada sobre la propia identidad, por mencionar algunos.
Términos controvertidos
Saliendo ya del tema psicológico, en el que tal vez me centré mucho, quisiera mencionar lo controvertido y difícil de entender adecuadamente de los términos servir y sumisión en lo relativo a la relación de hombre y mujer. Incluso para mí resulta perturbador, de cierta manera, leer esas palabras en ese contexto. Pero es una reacción a priori. En mi mente, ya estaba bosquejada la idea de la sumisión como acto complementario de la mujer al hombre, pero el artículo me ayudó a esclarecer un poco más mi opinión al respecto. Comprendo que, trayendo a colación de nuevo los roles de cada sexo, existe sumisión de cada parte, pero manifestada de diferentes formas. Esto según lo que leí y según las ideas que ya tenía en mente.
Hablando desde un punto de vista más determinista biológicamente, suscribo que el rol del hombre es el de protección y provisión, mientras que el rol de la mujer es el de crianza (en un sentido amplio, incluyendo crianza sobre el hombre. De nuevo, desde el sentido de nurturing) y gestión del hogar. Esto puede parecer un poco rígido y anticuado, pero lo cierto es que creo en que dichos roles se desempeñan con individualidad, es decir, sus expresiones varían según individuos y no son limitantes.
Al igual que Stein, pienso que puede compaginarse el rol natural de la mujer con sus propias aspiraciones, y, del mismo modo, el rol del hombre con sus responsabilidades familiares y afectivas. Así, bajo el concepto de dichos roles, infiero que la sumisión de la mujer se concreta con la aceptación con llaneza de la responsabilidad y dirección del hombre de hacerse cargo de su familia como cabeza de ella, y la sumisión del hombre ante la mujer (y su familia) en precisamente abocarse a cumplir con su rol. De esta manera, al cumplir cada uno con su función social, familiar y espiritual, se obedece también la voluntad de Dios.
En mi experiencia
En mi vida tengo dos referentes que encarnan lo expuesto por Stein en cuanto a la compatibilidad del trabajo con los roles naturales de las mujeres. En primer lugar, está mi mamá, quien ha logrado perseguir sus aspiraciones sin renunciar a su función de madre. Gracias a Dios y a su propia perseverancia, ha podido ascender ampliamente en la pirámide de su área y, a su vez, siempre ha estado para mí. Ha logrado integrar sus vocaciones: la profesional y la materna.
En segundo lugar, está mi tía, a quien admiro mucho. Es una persona que ha logrado compaginar de manera espléndida sus vocaciones, más allá de las dificultades propias de aunar dichos mundos. De forma espectacular, no solo es una madre muy amorosa y preocupada por su familia, sino que es excelente en su trabajo y en el doctorado que está cursando.
Cuando se ven casos así, se pone de manifiesto la belleza de la plenitud de la naturaleza de la mujer. Libre, sostén de la existencia humana en su propia medida, digna de ser admirada en toda su feminidad.
¿Qué es una mujer?
Ahora bien, hablé de la naturaleza, del rol, del arquetipo psicológico, pero ¿qué es una mujer? Esa pregunta que menciona el artículo y que es tan pertinente en los tiempos actuales, dada la deformación de su respuesta. Mi respuesta a esa pregunta es, en principio, un poco naturalista: un ser humano de cromosomas XX. Pero lo que le sigue es todo lo ya explicado. Eso sería lo que yo respondería.
Además, me parece bastante acertado el énfasis que hace el texto en plantearnos también la pregunta ¿qué es un hombre?. Bastante ignorada, como suele suceder con asuntos atinentes al hombre. Suscribo lo que menciona Doherty en su artículo: «Many people have been devoting much thought to feminine nature for some time, but how many have really taken seriously the question ‘What is a man?’ The answer to that, Stein suggests, is not so obvious. Perhaps we have been taking masculine nature for granted, as much as, or more than, feminine nature».
Desde mi perspectiva, se ha dejado al hombre de lado -también intencionalmente– y no solo eso, sino que se le recrimina por ser tal, afectando entonces su naturaleza viril (en vista de los llamados a feminizar a los hombres) tan necesaria para el desempeño de la humanidad, también en su propia medida.
¿Por qué complementarse?
Para finalizar, así como lo hace el texto, me parece más que pertinente recalcar la necesidad de complementación entre hombres y mujeres, posterior a una concienciación de su propia naturaleza. Ya lo ilustré en este escrito de una manera bastante naturalista con la psicología y los roles, pero pienso que no se queda en ese plano la complementación, es también espiritual y divina.
Así como Stein, y según la interpreto gracias a los extractos del artículo, opino que Dios nos hizo hombre y mujer con una naturaleza particular que debe ser satisfecha (fulfilled) en su plenitud, para poder tender al Bien y, como ella menciona, alcanzar la máxima semejanza posible con Dios. Así, la cooperación es vital para encaminarnos hacia el Bien.
«Llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde» — G. K. Chesterton.