Posterior a mi travesía a través de las distintas formas de creencia en algo Superior (pueden leerla en el Papel Literario, en su edición de Semana Santa 2024, bajo el título de “De la fe a la razón y de vuelta a Dios”), acepté el inicio de otro viaje hacia la creencia en lo suprafísico, en el sentido que lo menciona N. T. Wright, obispo de Durham, en el libro “Dios Existe” de Antony Flew, en el que me he apoyado tanto para comenzar a creer. De esta manera, les presento mi defensa de la razón y apología de lo suprafísico.
El tenor de mi referencia a lo suprafísico apunta a la existencia de un Creador que va más allá de las leyes de la física y naturales. Aún me queda mucho escepticismo arraigado de mi etapa atea, en el que estoy trabajando, pues siento una necesidad de creer, una muy fuerte, que va en contra de todo pragmatismo que pueda quedar en mí. Es una gran lucha que se asemeja a la metáfora de los lobos: ¿cuál alimentas? Aquel que alimentas es el que te domina.
Antony nos dice en el libro que Dios, entendido como un ser suprafísico, es un concepto cercano a lo ininteligible para nosotros y que, en consecuencia, su Creación, su amor y sus ideas no pueden ser comprendidas en nuestros términos.
En el libro -al cual me referiré en numerosas ocasiones en este texto, pues es la base de mi regreso al cristianismo y, además, expone razones racionales y metafísicas que avalan la existencia de un Dios- se afirma, en palabras simples, que todo está perfectamente confeccionado en el universo como, sobre todo, nuestra existencia, contra todo pronóstico, pues nacimos de materia inerte, cosa que es impensable, por lo que debe existir una mente Superior e inteligente.
N. T. Wright plantea un tropo donde habla sobre la posibilidad de que un objeto inanimado, como lo es una mesa de mármol, en algún punto de la vida, se convierta en un ser viviente y consciente; cosa que es científicamente imposible para nosotros ahora mismo.
Dios, un ser Inteligente
El argumento de la inteligencia lo plantean Wright y Flew, alegando que, como existen lenguajes, tanto matemáticos como el natural, y la capacidad de intelección, además de las leyes físicas y de la naturaleza, esto debe ser creado también por un personaje lúcido e inteligente de igual manera, al ser tan complejos y perfectos.
El hecho de pensar que todo esto surgió de la nada, es más absurdo que asumir que surgió de “alguien”, si es que se le puede llamar así a un ente excelso. El hecho del nacimiento de la vida a pesar de la minúscula probabilidad de la abiogénesis (nacimiento de materia orgánica a partir de materia inorgánica) fue, literalmente, un milagro.
Hay quienes afirman que esta probabilidad es alta (más adelante hablaremos sobre el teorema del mono infinito) debido al gran dinamismo que había en la Tierra primitiva, como Stanley Miller, quien realizó experimentos en la década de 1950 que demostraron que se pueden formar moléculas orgánicas a partir de materia inorgánica, aunque no reprodujo acertadamente las condiciones de la Tierra primitiva. Tampoco demostró la capacidad de crear formas de vida complejas como proteínas o ADN.
Así, la teoría abiertamente aceptada en la biología moderna es la de la biogénesis, que consiste en que los organismos vivos solo pueden proceder de otros organismos vivos.
De hecho, el estudio realizado por Louis Pasteur en 1860 prevalece científicamente por sobre el estudio de Miller, en donde se demostró que la vida no puede surgir espontáneamente de la materia inerte. Pasteur demostró que, si un recipiente cerrado se esterilizaba, no se desarrollaría vida, incluso si se exponía a materiales orgánicos. Sin embargo, si el recipiente no se esterilizaba, la vida se desarrollaría rápidamente (biogénesis).
Aun si Miller tuviera razón, aunque ha sido incalculable hasta ahora la probabilidad de la existencia de la vida como generación espontánea, no quita ni desmiente de ninguna manera la perfección con la que está confeccionada la vida. Añadido a eso, no explica la conciencia humana.
La conciencia, el gran misterio suprafísico
La conciencia humana es un misterio para todos aún. No hay explicaciones físicas ni neurológicas fehacientes -a pesar de que se han llevado a cabo numerosos estudios que afirman que la conciencia es un fenómeno físico- que puedan sostener la idea de que esto sucede meramente por interacciones neuronales o cuánticas.
Existe un estudio realizado por Roger Penrose y Stuart Hameroff, publicado en 1994, donde plantean, en pocas palabras, que los microtúbulos del cerebro pueden ejecutar funciones de ordenadores cuánticos (son tipos de ordenadores que, en lugar de trabajar con un código binario, trabajan con gamas infinitas de valores, por lo que son mucho más poderosos que los computadores comunes), los cuales producirían la conciencia. Esta hipótesis aún no ha sido comprobada empíricamente, pero, al parecer, es la más prometedora. Sin embargo, y por más que puedan infundir escepticismo en las personas por su aparente racionalidad, volvemos al mismo punto: es perfecta la configuración de la vida.
Roy A. Varghese, otro colaborador del libro, habla sobre la idea del yo. Nos dice que el yo es también una idea suprafísica y argumenta que esa idea, similar a la idea del alma, no habita en una célula, puesto que nuestras células se van renovando, sin embargo, nosotros siempre seremos los mismos. Aquí podría confundirse el yo con la conciencia, pero él lo plantea como cosas distintas, siendo la conciencia una cualidad que se subsume en el yo. Este último es la conjunción de la conciencia con las experiencias y los sentires. Sostiene también que “no podemos analizar el yo, porque no es un estado mental que pueda ser observado o descrito”.
En ese sentido, concuerdo con él. El yo es un concepto abstracto, somos entes abstractos en la dimensión de la realidad dotados de autopercepción. Esta es una cualidad inmaterial e intangible que nos provee identidad, otro concepto que carece de explicación física. A mi parecer, hay que aceptar, sin caer en la mediocridad o ignorancia, que hay conceptos y elementos que van más allá de nuestro alcance intelectual.
El teorema del “mono infinito”— un absurdo
Ahora sí, explicaré el teorema del mono infinito y por qué plantea un cálculo que sostiene la imposibilidad de la generación espontánea: esta proposición argumenta que, si le das a un mono un computador, este podrá, en algún momento, escribir un texto lógico e inteligible. Incluso han planteado que podría escribir alguna obra de Shakespeare. Gerard Schroeder, un científico israelí, quiso poner a prueba este planteamiento e hizo lo siguiente:
Tomó un soneto de Shakespeare (¿Shall I compare thee to a summer’s day?) y contó el número de letras que tenía: 488. Se preguntó: ¿cuál es la probabilidad de obtener 488 letras en la secuencia correcta escribiendo al azar? Para averiguarlo, multiplicó la cantidad de letras que existen en el abecedario anglosajón (26) por sí mismo 488 veces. Esto dio resultado 10 elevado a la 690 potencia. A continuación, multiplicó el número de partículas del universo (protones, electrones y neutrones), que es 10 elevado a la 80 potencia, lo que sería igual a escribir 1 seguido de 80 ceros. En cambio, 10 elevado a la 690 es un 1 seguido de 690 ceros. Nos quedamos cortos por 10 elevado a la 600.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que el universo completo no da abasto para agotar los intentos que tomaría a los monos escribir dicho soneto (y este experimento se puede hacer con cualquier otra obra, pero es un intento fútil demostrado por el estudio que explicaré a continuación).
El libro nos cuenta que el British National Council of Arts realizó un experimento para comprobar esta teoría. Introdujeron un computador en una jaula con seis monos. Estos monos tuvieron a su disposición el computador durante un mes y, aun así, no lograron escribir siquiera las palabras más cortas del inglés, como a o I, para las cuales se necesitaba escribirlas con dos espacios en blanco. Tomando en cuenta el número de teclas de un computador anglosajón (30, dadas las 26 letras más algunos símbolos), la probabilidad de conseguir una palabra de una sola letra es de una en 27.000.
Lo complejo y perfecto
Dichos cálculos se pueden tomar como argumento en contra de la abiogénesis o generación espontánea, entendiendo que la creación de algo perfecto y lógico al azar es simplemente “casi” imposible. Se ve también en el ADN, otro argumento de Flew, en el que expone:
Lo que creo que ha conseguido hacer el ADN es mostrar, por medio de la casi increíble complejidad de las estructuras que son necesarias para producir vida, que alguna inteligencia ha debido participar en el ensamblamiento de esos elementos extraordinariamente diversos. Lo que asombra es la enorme complejidad del número de elementos y la enorme sutileza de las formas en que cooperan. La probabilidad de que todos esos elementos hayan podido encontrarse por casualidad en el momento adecuado es simplemente minúscula. La enorme complejidad de los caminos por los que fueron conseguidos los resultados es lo que me parece producto de la inteligencia.
Así, podemos ser testigos de argumentos que no solo abarcan la fe, la mera fe, sino que alcanzan incluso la ciencia, además de la metafísica. Esta es una de las tantas maneras de comprobar que tanto la fe como la razón, la filosofía y la ciencia, no son incompatibles ni excluyentes, si bien es cierto que la ciencia se puede quedar corta en materias que la metafísica puede completar.
De esta manera me despido, esperando que mis palabras puedan llegar a la mayor cantidad de personas y, aunque sea, plantarles la semilla de la inquietud por la búsqueda de la Verdad. Les dejo una cita:
“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”. – Eclesiastés 3:11.